La exposición se enmarca en el afán del Museo Patio Herreriano por revisar las cualidades arquitectónicas, perceptivas o históricas de nuestros espacios a partir de proyectos pensados específicamente para estos dos lugares emblemáticos, la Capilla de los Condes de Fuensaldaña y la Sala 9, también llamada Sala Gil de Hontañón. El artista de Santurtzi, nacido en 1966 y afincado desde hace décadas en Barcelona, responde a la invitación del museo y nos anima a acercarnos al lugar atraídos por un ejercicio especulativo en torno a la materia, la piedra de Campaspero, con la que fue construido el antiguo Monasterio de San Benito el Real.
La de Campaspero es una piedra caliza que predomina en construcciones vallisoletanas y castellano leonesas como la Universidad de Valladolid, la Iglesia de San Pablo o los Castillos de Peñafiel o Cuéllar. En el Patio Herreriano la vemos en la Capilla y en pilastras, arcos y hornacinas de la zona histórica, pero también en suelos y zonas comunes de la ampliación, ya sea en sus acabados abujardados o apomazados, esto es, en superficies más o menos pulidas. Su uso es muy común aún hoy.
En su proyecto, Alberto Peral despliega todas sus señas de identidad mientras escucha los ecos que sus formas producen en el espacio. Su escultura es abstracta y geométrica, si bien es permeable a la memoria y al recuerdo de sus vivencias; se ciñe a un ámbito de austeridad y discreción, aunque la pieza que se levanta en la Capilla tenga una escala mayor que la habitual. La piedra caliza de Campaspero es modesta y de aspecto rudo, pero el tratamiento que el artista aplica a las superficies hace que éstas adquieran, aquí y siempre, un fulgor inesperado.
En la Capilla, ese gran muro construido con sillares de piedra se yergue en el centro del espacio. Es un elemento exento, algo que nos hace percibirlo como una escultura, pero no deja de ser un muro, lo que nos sitúa ante una arquitectura dentro de otra arquitectura. Quien se acerca a él puede observar sus dos caras, rodearlo, ‘dar la vuelta’, como dice el título, para observar el reverso y ver cómo se enmarca en la arquitectura de la Capilla. El muro se alza sobre una plataforma horizontal que no solo tiene exactamente sus mismas dimensiones sino que se percibe como reflejo, como espejo de aquél al que sustenta. Esta “duplicidad”, la búsqueda de una alteridad en la forma, ha sido una constante en su trabajo. Un hueco sutil de media caña recorre verticalmente el muro. En él hallamos resonancias a algunas hornacinas y arcos ciegos que se encuentran en diferentes zonas próximas. Este hueco se desliza a su vez hacia el plano horizontal, y avanza hasta nuestra posición como si fuera un surco del que pudiera brotar el agua. La media caña es la huella de un cilindro que, como no tardaremos en comprobar, es una forma predominante en todo el trabajo de Peral.
Porque, como si hubiera sido desgajados de la gran pared exenta de la capilla, un conjunto de formas cilíndricas encuentra meticulosamente su lugar en el gran espacio abierto de la sala contigua. Es aquí donde encontramos de nuevo ese desdoblamiento que veíamos en el muro de la Capilla, con formas que se abren y se repliegan como bisagras, expuestas a la cadencia combinatoria de sus propias caras. Quiere Peral explorar las mitades y los cuartos de estos cilindros, que combina apelando al potencial empático de la propia geometría; mitades o cuartos que se abrazan a menudo en retruécanos insospechados evocando el ritmo de un cuerpo o el lento desarrollo de una forma vegetal, quizá un tallo, una rama… O tal vez sea una sencilla alusión a los motivos formales que afloran en la piedra histórica, fustes de dobles columnas, tan predominantes, con sus ritmos rectilíneos y curvos.
Si Peral se sirve en la Capilla de sillares de Campaspero para introducir un elemento de ruptura en la arquitectura histórica, en la Sala 9 adopta un perfil más discreto para insertar, en los blancos muros, ese juego de rectas y curvas que se integra en el espacio como si formara parte de él, como un vestigio de otro tiempo, quién sabe si coetáneo de los frescos que aún perduran en la parte superior de la sala.