El Patio Herreriano se adentra en las experiencias de Vicente Escudero a través de una coreografía única

El Museo Patio Herreriano estrena la exposición ‘Coreografía. Bailes y danzas de Vicente Escudero’ en la que se rinde homenaje a la figura deslumbrante de quien debe considerarse una de las figuras esenciales del arte del siglo XX. El alcalde, Óscar Puente, ha presentado la muestra junto a la concejala de Cultura y Turismo, Ana Redondo, el comisario de la muestra, Pedro G. Romero, y el director del Museo Patio Herreriano, Javier Hontoria. En ella se reúne medio millar de obras entre pinturas, dibujos, fotografías, objetos, vestuario, películas y documentos, y es la más grande dedicada hasta la fecha en torno a un artista cuya vinculación con Valladolid es notable, más allá de ser su lugar de nacimiento.

Y es que en nuestra ciudad realizó trabajos importantes, como todo lo relacionado con ‘Fuego en Castilla’, la película de José Val del Omar rodada en el Museo Nacional de Escultura que nace de las reflexiones de Escudero en torno a las obras de otro gigante de la cultura vallisoletana, Alonso Berruguete. Vicente Escudero fue un gran conocedor del arte de vanguardia y el modo de concebir sus propias creaciones, fundamentalmente sus dibujos, son de una modernidad conceptual sin parangón. Vicente Escudero es sin duda uno de los artistas españoles más importantes de su tiempo, enmarcado como bailaor flamenco en esa Edad de Plata de la danza española que supuso el inicio del siglo XX, su trabajo, sin duda, va mucho más allá. Hay pocos artistas de su generación que plantean de forma tan radical un modo de hacer tan particular, en línea con las enseñanzas de las vanguardias, pero también, inventando una tradición que, a la postre, se conocerá como baile jondo o flamenco primitivo.

Hay que recordar que no sólo fue un innovador hacia adelante, de gestos vanguardistas, también fue el inventor de lo que los aficionados al flamenco conocen como baile antiguo. Esta capacidad anacronista, capaz de moverse en dos tiempos a la vez, será uno de los rasgos más originales de su arte. A menudo hemos podido ver exposiciones en las que se presenta la faceta plástica de Escudero como pintor y dibujante. No deja de ser una curiosidad. Lo importante de sus dibujos y pinturas tiene que ver con la notación coreográfica. Hay que pensar que en sus improntas gráficas Escudero desarrolla todo un lenguaje para anotar sus bailes y danzas y que no sólo hay que verlos sino leerlos en relación a sus desarrollos coreográficos. Lo que queremos presentar en esta exposición es exactamente eso, una lectura de Vicente Escudero como artista y performer, pionero de eso que hoy llamamos las artes vivas.

Sus experiencias extremas, el baile con motores en el París de los años veinte o que bailase en Nueva York el silencio casi veinte años que Merce Cunningham no deben de hacernos olvidar que fuera un adelantado en subir los brazos por farrucas y alegrías o el primero en bailar la seguiriya. En 1947, cuando publica ‘Mi baile’, pocos artistas españoles, por ejemplo, podían hablar del trabajo de Marcel Duchamp con la experiencia y clarividencia que Escudero lo hacía. Habla ya de los ready-made como de una operación fundamental en el arte moderno que él adopta para desarrollos coreográficos y escenográficos. Así, con una audacia intelectual notable, transforma las mímesis que habían sido modelo de la creación coreográfica flamenca -imitación de animales, de las suertes de la corrida, de los desplantes folklóricos- en object trouvé dándoles una dimensión dancística a lo que sencillamente se consideraban bailes. Porque, como muchos flamencos de su época, uno de los empeños de Escudero es otorgar categoría y legitimidad al baile flamenco. Su famoso ‘Decálogo’, los diez mandamientos de cómo se debe bailar en hombre, no es más que una traslación de las viejas distinciones entre danzas y bailes de los tratadistas antiguos.

Publicado en 1951, por un lado, toma la arrogancia de un manifiesto vanguardista -en esos momentos Escudero está en contacto en Madrid con las gentes de El Paso o en Barcelona con los círculos de Dau al set-, por otro es una traslación de viejos tratados renacentistas -el de Rodrigo Caro es de 1626-, que pudo conocer por el especialista y amigo Alfonso Puig Claramunt al que trataba frecuentemente en aquellos años. Es indudable y legítima la lectura crítica y feminista que se hace de este Decálogo -especialmente por el uso del mismo que hiciera el propio Escudero en competencia con Antonio Ruiz Soler ‘El bailarín’, pero sobre todo por el uso académico y torticero de la propia enseñanza flamenca tradicionalista-, pero si observamos su exposición en directo por el propio Escudero, recogida en el filme de Julio Diamate ‘Vicente Escudero’ (1968), el humor y la ironia con que lo representa y declama no deja dudas sobre la operación duchampiana que estos diez mandamientos significan.

Y eso es lo que intenta presentar esta exposición, una lectura del Vicente Escudero coreógrafo a la altura de sus trabajos. El abundante material filmado que tenemos de Escudero nos permite poder ensayar, en el doble sentido del término, una interpretación de sus piezas de danza y baile al dedillo. La exposición de su entendimiento de la coreografía, sencillamente. Escudero siempre mantuvo en el flamenco el centro de sus operaciones artísticas y por más que recurriera a lo viejo y lo nuevo, a la tradición y a la vanguardia como patrones legitimadores de su modo de hacer, piensa que el flamenco, la caja de herramientas que el flamenco significa, es el lugar desde el que trabaja.