Este sábado, 4 de junio, se cumple el 20 aniversario de la inauguración del Museo Patio Herreriano y la celebración ha comenzado con la presentación de dos exposiciones relevantes en este centro cultural de arte contemporáneo. Una dedicada a la revisión de la singularidad de nuestro espacio histórico de la mano de quien lo hizo posible, Juan Carlos Arnuncio, y otra con obras de una de las figuras vallisoletanas más destacadas del contexto nacional e internacional artístico como es Dora García, galardonada con el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Veinte años han transcurrido desde que el Museo Patio Herreriano abriera sus puertas en Valladolid por primera vez, permitiendo a sus ciudadanos conectar con el mundo del arte contemporáneo español al más alto nivel. Desde entonces, por sus salas han pasado algunos de los artistas más relevantes del panorama artístico reciente. En la presente exposición se dan cita una serie de capas temporales que, conectadas entre sí, han dado forma al Museo tal y como lo conocemos hoy.
Un tiempo pretérito en el que el Monasterio de San Benito empieza a forjarse sobre la traza del Alcázar Real, donado a la Orden Benedictina por Juan I de Castilla en un punto estratégico dentro de la estructura urbana de la ciudad. Un tiempo pasado en el que el edificio se ennoblece de la mano del arquitecto Juan del Ribero Rada para pasar dos siglos después a manos del ejército, que lo transforma uniéndolo al vecino convento de San Agustín y que culmina en una fase de ruina y abandono. Un tiempo presente en el que el edificio recupera su esplendor a través de su rehabilitación arquitectónica ligada a una intensa actividad cultural, y por último, un tiempo futuro en el que el Museo deberá afrontar retos nuevos que aún ni imaginamos.
El espacio expositivo se organiza en dos recorridos complementarios. Uno epitelial lineal, cronológico y ordenado en el que se exponen de forma secuencial las vicisitudes del monasterio de San Benito El Real a lo largo de su historia, y otro nuclear, orgánico, aleatorio y fluido en el que se reflejan las intenciones del proyecto y del universo creativo de Juan Carlos Arnuncio, arquitecto director del equipo -formado, además, por Javier Blanco y Clara Aizpún- encargado de la rehabilitación del edificio.
Las centenarias paredes de la sala son así soporte del peso del tiempo que ha marcado la evolución del Monasterio y que culmina con la personal interpretación de Juan Carlos Quindós del espacio de la capilla de los Condes de Fuensaldaña, mientras que el espacio central se articula de forma más flexible en torno a una serie de cápsulas que albergan textos, dibujos, fotografías y maquetas que aluden a reflexiones arquitectónicas relevantes en el proceso de proyecto.
El montaje, inspirado en el café de terciopelo y seda de Lily Reich, da forma sutil altiempo suspendido en el que transcurre el mundo de las ideas. La esencialidad de la propuesta quiere poner el acento en el contenido, generando unas estructuras casi transparentes que ponen en valor el material expuesto. Es un tiempo condensado, construido en torno a referencias artísticas, arquitectónicas y vitales del autor, dotándolas del halo de misterio que envuelve la gestación de toda creación artística.
La exposición cede el protagonismo al espacio en la capilla de los Condes de Fuensaldaña, en la que se condensan las intenciones la intervención y donde conceptos como la memoria, la luz o el paso del tiempo se hacen presentes con singular intensidad. La propuesta que Emilio Pemjean, como una suerte de matrioska, plantea con su misteriosa caja blanca un sugerente juego temporal. En este vigésimo aniversario de la inauguración del Museo de Arte Contemporáneo Patio Herreriano, es tiempo de rendir homenaje a la figura que lo hizo posible y tiempo también de poner en valor su arquitectura trascendente y silenciosa que da generoso cobijo a lo mejor del arte contemporáneo español.
‘La máquina horizonte’ de Dora García se podrá disfrutar del 4 de junio al 25 de septiembre de 2022 en la Sala 0 del Patio Herreriano. Su muestra consiste en un haz de luz que, lanzado desde un dispositivo en el centro de la sala, recorre el perímetro de esta a un ritmo vertiginoso e hipnótico. Quien se adentra en este espacio experimenta un aquí y ahora trepidante, un fenómeno perceptivo en el que afloran nociones psicológicas que dan al traste con aquellas otras ligadas a la tradición contemplativa. Esto constituye una gran paradoja, pues el horizonte esta habitualmente asociado a la idea de paisaje, y éste, por norma, se contempla, pero Dora García traslada la idea de horizonte a un espacio de emergencia y tensión que obliga a quien a él accede a reconsiderar el lugar que ahí ocupa.